Las ideas y las fórmulas, al igual que los recuerdos personales, conviene dejarlos en reposo, que se llenen de telarañas. Después, cuando hayamos olvidado los principios que nos llevaron a imaginarlos o concebirlos, desempolvarlos y mirarlos como si no fueran nuestros. Sólo entonces seremos capaces de valorarlos en toda su amplitud.
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